Israel fue elegido soberanamente por Dios como pueblo del Antiguo Pacto, portador de la revelación, la ley y las promesas mesiánicas. Su historia forma parte esencial del plan redentor, y su existencia y futuro no pueden comprenderse al margen del evangelio. La fidelidad de Dios hacia Israel no ha caducado, y su restauración forma parte del misterio de redención que se cumplirá en Cristo, único camino de salvación tanto para judíos como para gentiles.
Israel fue separado por Dios desde Abraham para ser el pueblo depositario de los pactos, la ley, el culto y las promesas, y para preservar la línea del Mesías. Esta elección no se basó en mérito humano, sino en el amor y fidelidad de Dios. La historia de Israel es parte del testimonio de la gracia divina y del progreso de la revelación.
Dios usó a Israel como canal para bendecir a todas las naciones.
📖 Génesis 12:1–3; Deuteronomio 7:6–8; Romanos 9:4–5; Salmo 147:19–20
A causa de su incredulidad, gran parte del pueblo judío fue endurecido en su corazón, sin reconocer al Mesías. Pero este endurecimiento es parcial y temporal, pues Dios ha prometido un futuro despertar espiritual de Israel. No los ha desechado, y su fidelidad permanece vigente.
Este misterio será plenamente revelado en la soberanía de Dios.
📖 Romanos 11:1–2,7–8,25–29; Jeremías 31:35–37; Zacarías 12:10
Aunque Israel fue escogido, la salvación es únicamente a través de Jesucristo. Tanto judíos como gentiles son llamados a la fe en el mismo Salvador. La verdadera identidad del pueblo de Dios se define no por la etnia, sino por la fe en el Mesías.
En Cristo, el muro de separación ha sido derribado, y todos los redimidos son uno.
📖 Juan 14:6; Hechos 4:12; Efesios 2:13–22; Gálatas 3:26–29
La iglesia no reemplaza a Israel, pero sí es injertada espiritualmente en las promesas hechas a los patriarcas. No es una continuación étnica, sino una expansión espiritual del pueblo de Dios. La iglesia debe mantenerse humilde, sin arrogancia, y orar activamente por la salvación del pueblo judío.
Este misterio revela tanto la severidad como la misericordia de Dios.
📖 Romanos 11:17–24; Efesios 3:6; Isaías 49:6; Hechos 13:46–47