La vida cristiana no termina en la conversión, sino que se extiende hacia el mundo con una misión clara: glorificar a Dios haciendo visible el evangelio a todas las naciones. Esta misión nace del amor de Cristo, es impulsada por el Espíritu Santo y se expresa tanto en la proclamación como en la acción.
La misión no es tarea exclusiva de pastores o misioneros de tiempo completo. Es el llamado de cada creyente a ser un testigo activo de la verdad, por medio de sus palabras, su vida y su servicio. Este llamado no es opcional, ni marginal: es parte esencial de la identidad del redimido.
Jesús no solo enseñó la misión; la encarnó. Su carácter define el modelo: amor, verdad, obediencia y compasión. Su mandato es claro: hacer discípulos, enseñar Su Palabra, y proclamar el evangelio hasta los confines de la tierra. El creyente, unido a Cristo, participa de su propósito redentor para el mundo.
No hay misión auténtica sin reflejo del carácter de Cristo; no hay testimonio verdadero sin conformidad a Su vida.
📖 Mateo 28:18–20; Juan 20:21; 2 Corintios 5:18–20; Efesios 5:1–2; 1 Pedro 2:9
La misión cristiana es integral: no es solo predicación, ni solo servicio social. Incluye proclamar el evangelio, discipular a nuevos creyentes, formar comunidades de fe saludables y expresar la compasión de Dios en actos concretos. Esta combinación da testimonio completo del Reino.
El cristiano sirve tanto con la boca como con las manos, tanto con la verdad como con la justicia, tanto con la enseñanza como con el consuelo.
📖 Hechos 1:8; Santiago 1:27; Mateo 5:13–16; Romanos 10:14–15; Gálatas 6:9–10
La misión no depende de la elocuencia ni de la estrategia humana, sino del poder del Espíritu Santo que capacita, guía y da fruto. El mismo Espíritu que habita en el creyente lo equipa con dones espirituales y lo impulsa a testificar con autoridad y amor.
El fruto de una vida misional no se mide solo en resultados visibles, sino en fidelidad, transformación y gloria a Dios.
📖 Hechos 4:31; 1 Corintios 12:4–11; Gálatas 5:22–23; 1 Tesalonicenses 1:5–8; Juan 15:8,16
El cristiano es un embajador, no un espectador. Vive en medio de un mundo quebrantado, pero representa al Reino de luz, justicia y verdad. Su testimonio guía a otros al arrepentimiento, a la fe en Cristo y a la comunión con el pueblo de Dios. Cada encuentro, cada palabra y cada acción pueden ser una semilla de eternidad.
Esta misión se vive en el trabajo, en la familia, en el vecindario y en los lugares más olvidados. Donde hay un redimido, hay una misión.
📖 2 Corintios 5:20; Filipenses 2:15–16; Romanos 12:1–2; Colosenses 3:17; Isaías 52:7