La salvación no comienza con el deseo humano de acercarse a Dios, sino con el llamado soberano de Dios al pecador. Este llamamiento no es una simple invitación general, sino una obra divina real, poderosa y transformadora. Si bien muchos oyen el evangelio externamente, solo aquellos que son llamados eficazmente por el Espíritu Santo responden con fe verdadera. Esta verdad resalta la gracia soberana de Dios y destruye cualquier noción de mérito o iniciativa humana en el proceso de conversión.
Negar esta doctrina equivale a convertir la salvación en una decisión autónoma, sujeta a la voluntad caída del hombre. Pero la Escritura enseña que el hombre natural no busca a Dios, ni puede entender las cosas del Espíritu. Por tanto, el llamamiento salvador es una obra unilateral de Dios que da vida, abre los ojos del corazón y produce una respuesta libre pero generada por Su gracia.
El evangelio debe ser predicado a todas las personas sin distinción. Este anuncio externo es verdadero, poderoso y necesario, pero no es suficiente por sí solo para producir salvación. Muchos oyen la Palabra y la rechazan, permaneciendo endurecidos. Pero cuando Dios llama de forma interna —por medio de su Espíritu y su Palabra— ese mensaje penetra el corazón, ilumina la mente y transforma la voluntad. Este es el llamamiento eficaz.
Esta distinción protege tanto la universalidad del evangelio como la eficacia de la gracia: todos pueden oír, pero solo los que son llamados internamente responden con fe viva.
📖 Mateo 22:14; Hechos 13:48; 1 Tesalonicenses 1:4–5; 2 Tesalonicenses 2:13–14; Romanos 8:30; Juan 10:27
El llamado que salva no es una apelación emocional ni una persuasión racional, sino una resurrección espiritual. El mismo Dios que dijo “Sea la luz” al inicio de la creación dice ahora “Vive” al corazón muerto. En ese acto, el pecador es convencido de su culpa, llevado al arrepentimiento, capacitado para creer, y unido a Cristo por la fe. Esta respuesta es voluntaria y real, pero solo posible porque Dios la produce en nosotros.
El llamamiento eficaz marca el inicio de la vida cristiana, y su fruto es inmediato: un nuevo corazón, una disposición renovada, y una fe que se aferra a Cristo.
📖 Juan 6:44–45; Ezequiel 36:26–27; 2 Corintios 4:6; Efesios 2:4–5; Hechos 16:14; Filipenses 1:29
Aunque es Dios quien llama y capacita, el ser humano realmente responde. La fe no es impuesta, sino despertada; el arrepentimiento no es forzado, sino producido. El creyente obedece porque ha sido vivificado. Esta unidad entre el llamado divino y la respuesta humana salvaguarda tanto la soberanía de Dios como la responsabilidad del hombre. La salvación es del Señor, pero nunca sin la participación activa del redimido.
Por eso, todo verdadero creyente puede decir con humildad: “No fui yo quien buscó a Dios, sino que Él me llamó con poder y me atrajo a su Hijo”. Esta verdad no desincentiva la predicación, sino que la hace urgente y esperanzadora.
📖 Juan 1:12–13; Santiago 1:18; Romanos 9:16; 2 Timoteo 1:9; Tito 3:5–6; Juan 15:16