El Dios eterno, infinito y espiritual no puede ser alcanzado por la razón humana ni descubierto por observación natural. Todo conocimiento verdadero de Dios depende de su iniciativa de revelarse. Por gracia, y con el fin de darse a conocer, Dios ha hablado, se ha mostrado, se ha encarnado. Esta revelación no es opcional ni secundaria: es la única vía por la cual el ser humano puede conocer a su Creador, comprender su voluntad y participar en la vida eterna.
A lo largo de la historia, el Señor se ha revelado de manera progresiva, utilizando medios generales y especiales. Pero esta revelación no es ambigua ni sujeta a interpretación cultural o emocional: es objetiva, suficiente, clara y autoritativa. Negarla o distorsionarla conduce al error, al relativismo espiritual y a formas de idolatría moderna disfrazadas de experiencia religiosa.
Desde la creación del mundo, las obras de Dios manifiestan su poder, su gloria y su divinidad. La inmensidad del universo, la complejidad de la vida, el orden natural y la belleza de la creación no son accidentes sin autor, sino señales visibles de un Creador invisible. Además, Dios ha impreso en la conciencia humana una noción de justicia, eternidad y rendición de cuentas, que da testimonio de su existencia incluso en quienes lo niegan.
Esta revelación general es suficiente para dejar al hombre sin excusa, pero no para conducirlo a la salvación. Sin la intervención especial de Dios, el ser humano distorsiona lo revelado en la naturaleza y en su interior, adorando a la criatura en lugar del Creador.
📖 Salmo 19:1–4; Romanos 1:18–20; Hechos 14:15–17; Eclesiastés 3:11; Romanos 2:14–15
Para que el hombre conozca a Dios de forma salvadora, Él se ha revelado de manera especial mediante su Palabra y en la persona de Jesucristo. La Escritura, inspirada por el Espíritu Santo, es la revelación escrita, fiel y suficiente de la voluntad de Dios. A través de sus páginas, Dios habla con autoridad, instruye al pecador, consuela al afligido, confronta al rebelde y revela el camino de salvación. Pero esta revelación culmina y se concentra en Cristo, la Palabra eterna hecha carne, el resplandor de la gloria del Padre y la imagen misma de su sustancia.
Jesucristo no es solo un maestro divino, sino la encarnación plena de la revelación divina. Conocerlo a Él es conocer al Padre. Rechazarlo es rechazar a Dios. Por tanto, la revelación no es un archivo abierto a evolución humana, sino un acto soberano y culminado que encuentra en Cristo su centro absoluto.
📖 Hebreos 1:1–3; Juan 1:1–14; 2 Timoteo 3:16–17; Juan 14:6–9; Colosenses 1:15–20; Apocalipsis 1:1–3
La revelación de Dios no está sujeta al juicio humano, ni depende de experiencias emocionales, intuiciones subjetivas o nuevos aportes culturales. La Escritura es la regla suprema de fe y conducta, y Cristo es la medida absoluta de toda doctrina. Lo que no se conforma a esta revelación, por más atractivo o moderno que parezca, debe ser rechazado como falso. Esta verdad es central en la defensa del evangelio frente a la apostasía, el sincretismo y la exaltación de la experiencia sobre la verdad.
El propósito de la revelación no es simplemente informar, sino transformar: Dios se revela para redimir, formar a su pueblo y glorificar a su Hijo. Por eso, la revelación exige respuesta: fe obediente, adoración reverente y proclamación activa.
📖 Isaías 8:20; Gálatas 1:8–9; Judas 1:3; Juan 17:17; 1 Pedro 1:23–25; Romanos 10:17