La justificación es un acto legal de Dios por el cual declara justo al pecador que cree en Cristo. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios” (Ro 5:1). Esto no anula la responsabilidad; el creyente es llamado a vivir de acuerdo con la justicia imputada.
La justificación produce una vida de obediencia y obras de amor. La fe que justifica se manifiesta en hechos (Stg 2:17). La Iglesia acompaña al justificado en su santificación, exhortándole a perseverar y a ser coherente con su nueva identidad.
En la parusía, Cristo descenderá del cielo con trompeta:contentReference[oaicite:20]{index=20} y se celebrará un juicio público. Los justificados serán vindicados: su fe y sus obras darán testimonio de su unión con Cristo. Los muertos en Cristo resucitarán incorruptibles:contentReference[oaicite:21]{index=21}; los vivos serán transformados. Los que rechazaron la gracia enfrentarán condenación.
Tras el juicio, los justificados participarán del Reino eterno; no habrá más acusación ni culpa. Se cumplirán plenamente las promesas de que ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. La justicia imputada se manifestará en cuerpos glorificados y en la comunión eterna con Dios.
Esta doctrina enfatiza la relación entre justificación y juicio final. Corrige la falsa seguridad de quienes profesan fe sin obras y el legalismo que busca justificar por méritos propios. Motiva a vivir con gratitud y obediencia, sabiendo que la justificación será confirmada públicamente. Ofrece esperanza: el creyente no teme el juicio porque su juez es su salvador.
Ro 5:1; Ro 14:17:contentReference[oaicite:22]{index=22}; 1 Tes 4:16:contentReference[oaicite:23]{index=23}; 1 Cor 15:52‑53:contentReference[oaicite:24]{index=24}; Ap 11:15:contentReference[oaicite:25]{index=25}.