El Reino de Dios (en griego, basileia tou Theou) es la soberanía real de Dios manifestada en la persona y obra de Jesucristo. No se trata de una entidad geográfica o política, sino de la realidad dinámica en la que Dios gobierna todas las cosas para su gloria. En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron un reino eterno que destruiría a todos los demás reinos humanos y perduraría para siempre (Daniel 2:44). En el Nuevo Testamento, Jesús proclama que el reino se ha acercado con su venida, invitando a los seres humanos al arrepentimiento y la fe (Marcos 1:15). La esencia del reino es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17) y se caracteriza por el poder transformador de Dios (1 Corintios 4:20). La entrada al reino requiere un nuevo nacimiento espiritual (Juan 3:3, 5).
Proximidad y anuncio: Jesús inaugura su ministerio declarando: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio» (Marcos 1:15). Esta proclamación indica que el reino irrumpe en la historia por medio de la encarnación.
Prioridad del reino: En el Sermón del Monte, Jesús ordena: «Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33). El reino es el valor supremo que orienta la vida del creyente.
Requisito del nuevo nacimiento: Jesús enseña a Nicodemo que «el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios… el que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:3, 5). La entrada al reino depende de la regeneración realizada por el Espíritu Santo.
Naturaleza interior: Jesús afirma que el reino no vendrá con señales visibles, porque «el reino de Dios está entre vosotros» (Lucas 17:20‑21). El reino tiene una dimensión interna, presente en la comunidad de discípulos.
Carácter ético‑espiritual: Pablo define el reino como «justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Romanos 14:17) y sostiene que «el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder» (1 Corintios 4:20). El reino transforma la vida personal y comunitaria.
Advertencia sobre exclusión: El apóstol advierte que los injustos no heredarán el reino de Dios, enumerando diversos pecados (1 Corintios 6:9‑10). La santidad y la obediencia son necesarias para participar en el reino.
Liberación y traslación: Dios «nos libró de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino de su amado Hijo» (Colosenses 1:13‑14). La redención incluye la incorporación al reino.
Consummación futura: Las profecías anuncian que los reinos de este mundo llegarán a ser de nuestro Señor y de su Cristo, quien reinará por los siglos de los siglos (Apocalipsis 11:15). El reino presente alcanzará su plenitud escatológica cuando Cristo retorne.
Incluir:
Excluir:
El Reino de Dios es el marco doctrinal que orienta toda la vida cristiana y la misión de la Iglesia. Al reconocer a Dios como Rey, el creyente vive bajo su autoridad y participa en la extensión del evangelio, proclamando la buena nueva del reino. El reino provee identidad y propósito: motiva la santidad personal, la justicia social y la esperanza escatológica. La Iglesia es la comunidad de ciudadanos del reino que anuncia y encarna los valores del reino ante el mundo.
La trayectoria del Reino de Dios se mueve desde su inauguración en la primera venida de Cristo hasta su consumación en su retorno. En el presente, el reino se manifiesta de manera espiritual entre los creyentes, pero no ha sido revelado en plenitud. Cristo promete regresar para someter todos los poderes y entregar el reino al Padre (Apocalipsis 11:15). Entonces los justos participarán de la gloria eterna, mientras que los injustos serán excluidos (1 Corintios 6:9‑10). La consumación incluirá la restauración de todas las cosas y el establecimiento del cielo nuevo y la tierra nueva.